O misivas

 

O misivas

 

De repente,

empezó a mandarme

cartas por e-mail.

El ejercicio del poder

que detentara sobre mí,

durante tantos meses,

sus complicidades indefensas,

provechos, ajetreos e indigencias,

sonidos y ventajas del sigilo

que se escucha en el terco mirador,

fueron la causa de esta depresión

que llaman crisis por no llamarla tristeza.

 

“No se puede ser tan ignorante

como para no saber quién soy”,

me escribía.

Yo hacía como que ignoraba

su juego perverso y malévolo,

y remitía telegramas

a su domicilio postal

incógnito y anónimo,

siempre untuoso de virtudes vagas.

“Me importas más como espejo

que como olla popular”

bromeaba y borroneaba.

“Tremenda forma de seducir a los vampiros.

¿Quién te pueda hacer el soporte

para que no se adivine tu voz

sino yo mismo?”, apuntaba.

 

Hasta ahí todo está perfecto.

Quizás, un chico guapísimo.

“¿Fumas, mujer de mi vida?

Ya estamos presentados y te quiero”, recalcó

 “Abandoné la escuela antes de nacer”

mintió para complacencia de su ego.

Mis respuestas siempre eran idénticas:

“Deja de acosarme o te denunciaré a la policía. Stop.”

 

Lo cuento ante miles de espectadores.

Sus misivas de amor inspiradísimas,

sensuales y argentinas,

se enrollaban en el papiro virtual

de los cables de una red inalámbrica.

“Me estás haciendo un lío

y no sé para qué hablo,

deja de fastidiar o me mato.

Mi ávida barriga deglute todo lo que encuentra

en el guion de la basura” gemía

y me sentí representada,

atrapada, avergonzada,

como viene sucediendo hace 50 años o más

en los que mi leyenda fue acaso una novela

atesorada,

cincelada por el graznido del palmípedo.

El encanto del misterio

y la lucha por la supervivencia:

Adicciones eternas como el bingo, la comida y el trabajo.

Adicciones que siempre acaban mal.

Salvación que aprende todo lo que sospecha

porque no sabe con certeza

el día de la noche fatal y última.

 

Quise decirle que lo amaba,

tal vez porque lo amaba.

“Y, por favor, no llores”,

O quizás que lo deseaba

si me deseaba.

 Estuve reflexionando:

“Quiero hablar contigo,

en persona.

Escribir es complicado.

La impaciencia mata.

¿Puedo verte mañana?”

Mi propensión de respuesta impaciente

no pudo ser enviada

debido a que el usuario

Arcipreste del Garfio Envenenado,

informa el servidor,

está desconectado de la vida.

 

Un médico psiquiatra me dijo esta mañana

que soy hipersensible,

(-enviar como un mensaje-),

con un débil carácter en un mundo competitivo y voraz

que huele a mierda de cerdo

y pis de gato.

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