Ni lerdos ni perezosos

 

 

Ni lerdos ni perezosos

 

Ni lerdos ni perezosos

toman la iniciativa audaz.

Las personas del suburbio

desconocen que hay reglas para todo.

La jactancia es acorde con su edad

por nacer fuertes.

Pulsan timbres equivocados

y chiflan de manera subrepticia

cuando alguien los descubre

enjugando un despecho humedecido

con los ojos cuajados del acíbar.

Se tiran desde el nimbo

y saltan hacia el ampuloso trecho

en la nave pintada por Del Bosco

cuando exprimen la bilis en el alma.

Lo que nunca nadie les ha dicho

fue que el capitán de aquella nave de los locos

conduciría al ciego apocalipsis

por el simple pecado venial

de ser bribones sin licencia,

cuando intentan amar a una mujer

en coto de caza ajena.

Los huérfanos heroicos con desgana

rematan sus collares de degüello

tirando su honra extática

a los perros pulguientos de la calle.

 

 

 

 

 

 

 

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