Las sandías de mi desesperanzado país
Las
sandías de mi desesperanzado país
En mi desesperanzado país,
la gente arroja las semillas de sandía
en el jardín
y a los dos meses
con un asombro digno de los cuentos de
Quiroga
en exuberantes Misiones redentoras,
descubre
que nacieron cincuenta sandías gigantes;
y nadie se agachará a recogerlas.
Mi país
tampoco se intranquiliza por la inminencia
de una guerra nuclear, y todos dicen
sandeces
(para continuar con el hilo y las sandías)
que reconfortan el alma:
Despreocupémonos.
No se
ganó Zamora en una hora.
La
argentinidad al palo
borracho
de la avenida 9 de Julio.
Con rescoldos de una ingenuidad evidente
me calcé mis guantes de seda,
sediciosos, arrogantes,
no sea que me tomaran desprevenida
Titanes
en el ring,
embalados para regalo.
Me preguntaba hasta donde
llegarían los tentáculos del pulpo negro
americano
que hace flamear banderas con rayas
y estrellas de la Sagrada Madera
de Hollywood y Barcelona
como un pasaporte al paraíso,
cuando por fin cesó la tormenta
y creí ver la luz del sol
orando en favor nuestro.
Riiiiiiiiiiingggggggg
despertador
y el sabor de victoria
todavía en pijamas.
Seguir rodeando
la
gran manzana podrida
traerá consecuencias
más embarazosas aún
(para
nosotros, para nuestra posteridad)
así que,
ruego no abstenerse de provocar
daños innecesarios
a la producción de fantasmas
de la Ópera del siglo XXI
y recoger las sandías
antes de la Cuaresma.
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