La leyenda de Zelda

 

La leyenda de Zelda

 

A Shigeru Mishamoto.

 

 

En un cofre dorado del tamaño de un cuis,

desbordado de sustantivos y reminiscencias

me encerré por dentro

con la sombra en brazos y

la tristeza apoyada sobre mis espaldas.

 

Cuando me hallé en el desván,

tiempo más tarde,

abierta, raída, frágil,

lejana a la parafernalia

y la devoción por fantasmas

en el bosque

con los cuatro nombres de

Mujercitas en Wonderland,

no quedaba de aquel baúl más que un recuerdo,

un agujero sin árbol,

un reflejo roto,

una llave

abandonada en cenizas,

intactas, externas, mentirosas.

 

El Agitador del Viento

deshizo el acertijo bautismal

y ningún Link, el Guerrero

apareció para salvarme.

 

 

 

 

 

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