¿El viaje del amor o el chocolate?
¿El
viaje del amor o el chocolate?
Antes de viajar a Mendoza,
mi prometido
me regaló una caja de bombones Lion D’Ors
para festejar nuestro aniversario:
Un año de noviazgo.
La sangre caliente,
los abrazos sensuales
no eran todavía la rutina obligada
de los esposos.
Cuando se fue
me comí la caja entera.
Un medio kilo de chocolate artesanal
del tipo suizo
con almendras, avellanas, mazapán y nueces,
envueltos en papel de seda.
Al día siguiente me descompuse.
Solo bebí té con limón.
Entre náuseas y vómitos,
las corridas al servicio.
El doctor me recetó pastillas de carbón
que ahora se llaman de otro modo:
dos en la primera toma,
una cada seis horas.
Al día siguiente del siguiente,
diluviaba a cántaros.
Llovía copiosamente,
como
si fuera esta noche la última vez.
Llovía mucho y mucho más que mucho.
El sol estaba oculto
detrás de nubarrones de tormenta.
Aun así, se recalentaba el Viernes Santo.
Me quedé en cama
viendo una película,
creo que era Secretos de montaña.
Mi novio me llamaba a cada rato
para ir sabiendo cómo me sentía.
Descolgué el teléfono a las tres de la
tarde
y lloré tanto como el agua caída.
En el recuerdo,
el timbre de su voz edulcorada
se entremezclaba con mis lágrimas
y la agrura por regurgitación del cacao.
Nunca la muerte
nos rozó tan de cerca.
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