Aves de primavera

 

Aves de primavera

 

Nunca vi una uralita.

No distingo un zorzal de una calandria.

Se nos ha metido septiembre por la ventana

ansioso de retoños y de lírica

como amarga estampilla despreciable.

Dicen que hubo palomas en la plaza

tan gordas y tan odiosas

que era mejor perderlas que encontrarlas.

Mejor si decimos torcazas.

Las reconozco por deserción y por lujuria,

por sus dentaduras de oro,

y ser extrañas formas de caminos de dios.

Para palomitas, las de maíz,

husmeando coreadas revoluciones fílmicas.

Para versos, el eco sibilino

de su nombre de pila,

su abrazo manifiesto de perro del hortelano

el retintín en la garganta,

la fresca resonancia desde lejos,

las letras que no trazaré

sobre este papelucho satinado

que configuré sobre el monitor

de mi computadora fiel

como una estaca para el náufrago,

y arrancaré del pecho,

cuando termine esta elegía

y oprima el No guardar

en la memoria.

 

 

 

 

 

 

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